DUELO EN O.K. (Rommel - Cluso)

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Dragan
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Mensajepor Dragan » 27/May/2007 01:08

¡Que-re-mos maaaaaas!

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Mensajepor Feldwebel_Kheldar » 27/May/2007 12:46

MMMMMMÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁSSSSSSSSSSSSSSS
Re-adaptandola, mientras tanto disfrute de la siguietne cita:

"Bienvenido por estos parajes de dados sin sangre" Basurillas, Wargames-Spain.

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Mensajepor Kraneo2002 » 27/May/2007 21:24

De lujo!!!!! de veras que me habeis enganchado leyendo, y aunque sea repetitivo, quiero mas!!!!
Un 10 !
http://despertaferro.superforo.net/index.htm
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Mensajepor Zhellas » 28/May/2007 10:28

Saludos,

Muchas felicidades por el informe relatado, me uno a la petición de más chicha.

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Mensajepor Basurillas » 31/May/2007 00:18

Aqui os dejo otra entrega del Duelo, en el que me he permitido "algunas licencias" 8)

Lamento el retraso, pero ademas de tener que documentarme sobre algunas cosillas y ratificar otras, me explotó una "Mina Magnética" en el procesador de textos y tuve que reescribirlo cuando casi lo tenía acabado.

Espero que os guste, que perdoneis las citadas "licencias" y que la espera haya valido la pena. Saludos :wink:


T – 3


El bosquecillo central transpiraba una engañosa calma. Los diablos rojos ocupaban la parte oriental, agazapados entre pequeños arbustos y helechos. Sabían que la próxima orden que recibirían por radio del Mayor Cluser, como hombre de acción que era, sería la de atravesar el pequeño aglomerado de abetos y penetrar en las líneas alemanas. El Brigada Doggerty, por señas, les hizo ponerse en pié, salir de sus escondites y empezar a avanzar en dirección a la carretera secundaria donde, con toda seguridad, empezaría el jaleo...

Los diablos verdes del Leutnant Schmidt sabían que se iban a enfrentar a sus homólogos británicos y, probablemente, tan bien entrenados como ellos mismos. Con sus uniformes de camuflaje geométrico irregular, a tres colores, se fundían perfectamente con el entorno. Desde un cuarto de hora antes se habían desplegado, casi detrás de cada árbol, en forma de media luna por la mitad del bosque, confiando esperanzados que la legendaria intuición táctica de su teniente obtuviese buenos resultados. Casi arrastrándose, metro a metro, fueron avanzando hacia el interior del bosque con movimientos mecánicos y calculados. Uno de los Oberjäger, de pronto, levantó rápidamente la mano con la palma extendida y todos los FJ se pararon en el sitio, ocultándose como mejor pudieron. ¡Allí estaban los británicos! acercándose con cautela por un estrecho sendero. Dada la disposición de los alemanes, extendidos y semiocultos en forma de profunda media luna, dejaron avanzar a los diablos rojos hasta casi el límite de sus posiciones. Schmidt alzó la mano moviendo el dedo índice repetidamente hacia abajo; gesto que esperaban ansiosos todos los jefes de pelotón, y cuando el grito de ¡Feuer! salió de las gargantas de todos los Oberjäger....se desencadenó el infierno.

Una nutrida descarga de balas partió desde los cañones de los mausers y de los potentes fusiles de asalto FG 42 en las líneas alemanas. Muchos valientes diablos rojos cayeron en ese momento, otros tantos se tumbaron cuerpo a tierra o se ocultaron tras piedras y rocas devolviendo inmediatamente el fuego con sus Lee- Enfields y sus ametralladoras ligeras Sten. Aunque los alemanes sufrieron algunos heridos la mayor parte de las bajas cayeron del lado británico. Poco después, cuando la proporción de combatientes se inclinó favorablemente del lado de los FJ, éstos iniciaron su asalto. Aquí, dentro del fragor y tumulto consiguiente que conlleva toda lucha cuerpo a cuerpo, se sucedieron episodios de valentía por ambos bandos, pues tan pronto las bayonetas y culatazos de los alemanes parecían amilanar a los red devils, éstos se revolvían con furia y causaban también algunas perdidas al enemigo. Una ametralladora Bren, casi al final del combate, causó heridas de gravedad a Schmidt y a sus acompañantes, pero tras sucesivos ataques y contraataques por ambas partes, todos los ingleses integrantes del pelotón de paracaidistas resultaron diezmados, mientras que los alemanes únicamente sufrieron la perdida de dos equipos. El elogio del valor y la tenacidad de los diablos rojos fue el comentario unánime de los extenuados green devils mientras, sentados y apoyados en el tronco de los árboles, calmaban la sequedad de sus gargantas compartiendo cantimploras de agua y de Boonekamp.


Los granaderos alemanes que habían acompañado al Tigre de Bengala se separaron de él y ascendieron a la loma central, desperdigándose lo más posible sobre la misma, para evitar las numerosas bajas que se producirían si tuvieran que sufrir un ataque de la artillería británica. Los equipos que no pudieron guardar una adecuada distancia de seguridad entre ellos se desplegaron en línea en ambas vertientes de la loma, conformando una adecuada línea de defensa. De esta forma permitirían maniobrar adecuadamente al carro, sin que el mismo tuviera que preocuparse de la seguridad de las tropas, dado que no se atisbaron paracaidistas británicos en las proximidades.

El motor de la oscura bestia graznó al salir de la protección que le brindaba la loma. La tripulación aprovechó el alto y deslumbrante sol del mediodía, ahora a su espalda, para aproximarse en las mejores condiciones de batalla a sus objetivos. Un proyectil de munición perforante de 8,8 ya se encontraba alojado en el cañón, mientras que el artillero sujetaba firmemente otro, preparado para alojarlo en el mismo tan pronto se disparase el anterior. El tirador estaba concentrado ante el visor del telémetro de coincidencia, preparado para apuntar a los blindados enemigos en cuanto aparecieran.

A pesar de encontrarse en alerta y relativamente oculto a la sombra de un gran sauce, la tripulación del Sherman número 3 fue enganchada inmediatamente por la mala suerte que, en ocasiones como ésta, son el preludio de la muerte. Cuando escucharon el sonido del motor de la Bestia, intentaron mover la torre en dirección al tanque alemán, descubriendo que los mecanismos de giro se habían agarrotado, lo que no sólo les impedía apuntar convenientemente su arma principal sino que, además, exponía al blindado enemigo el lateral de la torre que, obviamente, se encontraba menos acorazada que el frontal. Para cuando quisieron darse cuenta del fallo mecánico y mover el Sherman a una posición más cubierta ya era demasiado tarde...

A bordo del Firefly, sin embargo, la tripulación tuvo la suerte de tener apuntado su largo cañón en la dirección del avance del contrario. Su proyectil salió casi en el mismo momento en que la llamarada del cañón del Tigre anunció el disparo del enemigo. El pepinazo del Firefly impactó en el escudo redondeado del carro germano, que sufrió una tremenda sacudida y dejó una mella de casi un centímetro en el frontal. Pero el terrible enemigo absorbió el impacto como una carantoña. El carro alemán ya estaba girando su torre para encarar al enemigo que se había atrevido a golpearle, cuando una explosión atronadora y una gran llamarada inflamó el olmo que anteriormente cobijaba al Sherman de serie, del cual había desaparecido cualquier signo que permitiera intuir donde se encontraba con anterioridad la torreta del vehículo. En ese momento, cruzaron por la mente del jefe de carro del Firefly los relatos espeluznantes que había leído sobre el hundimiento instantáneo del crucero de batalla Hood, donde servía y murió su único hermano. Pensó en una milésima de segundo en su pobre madre viuda y vio, al mismo tiempo, a su lado, los ojos implorantes de Jhony, su joven cargador. Sobrecogido por lo que acababa de contemplar ordenó al conductor pisar a fondo y retirarse definitivamente de la batalla. Aquella decisión, aunque fuera tachada de cobardía, salvó su vida y la de su equipo, pues un nuevo proyectil del 8,8 acababa de impactar en los altos arbustos y en las rocas que, instantes antes, se encontraban a la espalda de su carro.

Al mismo tiempo que la batalla de “acorazados terrestres” terminaba, los lanzacohetes alemanes volvían a sembrar el desconcierto entre la artillería pesada británica. Enjambres de proyectiles similares a cometas en su descenso dejaron como una superficie lunar el lugar (zona central) donde, parcialmente, se asentaban las baterías pesadas de los paracaidistas, dejando fuera de combate a una de ellas.

Para terminar la afortunada racha de los alemanes, uno de sus pelotones de morteros, emplazados cerca del avión a reacción siniestrado y cuyo tiro era dirigido ahora por un observador de los paracaidistas que habían conquistado el bosquecillo central, dejó completamente aturdidos a los integrantes del pelotón de paracaidistas que ocupaba la pradera central al este de la zona de batalla.


Tal como le informaban a Cluser de los resultados parciales de la ofensiva alemana, comprendió que las cosas tomaban mal cariz para su bando. En especial, aquel maldito y novedoso demonio blindado estaba produciendo el desconcierto entre sus tropas. Incluso en su puesto de mando tuvo que escuchar atisbos de conversación en los que se mencionaba el carácter invencible del tanque enemigo, a la vista de todos los castigos que había recibido y soportado sin apenas daños. Por ello volvió a solicitar insistentemente cuanto apoyo aéreo le pudieran facilitar desde el Reino Unido. Se le contestó que se encontraba casi llegando un nuevo grupo de ataque de dos Tifones, que era lo único que podían facilitarle en este momento, dado que habían llegado ordenes de “muy arriba” para continuar los “trabajos” que se estaban llevando a cabo desde hacía semanas en todo el norte de Francia. Le indicaron, no obstante, que intentarían desviar hacia su zona el mayor número de aparatos disponibles. Cluser decidió en ese momento que, a la vieja usanza de la marina británica, nunca era demasiado pronto para iniciar un ataque al enemigo. Se sentó delante del transmisor de radio en la habitación de la granja que le servía de puesto de mando e impartió unas breves ordenes.

El pelotón de Red Devils que había bajado de la meseta, al sudeste, recibió la orden de modificar su avance hacia el bosquecillo central, cerca del camino secundario, alejándose del acercamiento antes iniciado al reactor siniestrado. El brigada O´neille recibió la tajante orden de Cluser de liberar el bosquecillo de los paracaidistas alemanes que lo habían conquistado, eliminando a un pelotón de paracaidistas británicos. Se le indicó que, en su actual emplazamiento, los FJ podrían poner en peligro los objetivos situados en la zona británica, en concreto la pradera donde, en su caso, debería aterrizar el Lysander. O´neille, además de la orden, recibió con satisfacción la misma por motivos personales, dado que el brigada que mandaba el pelotón con el que habían acabado los FJ había sido desde hace tiempo amigo suyo, por lo que interpretó la instrucción recibida como una posibilidad legítima de venganza. Se atusó su soberbio mostacho y arengó a sus hombres para que trataran, con la rabia correspondiente, a sus próximos adversarios.

Acompañadas del grito de guerra de los paracaidistas británicos, innumerables granadas de mano llovieron sobre las posiciones de los FJ en el interior del bosquecillo. Llegaban de todas partes sin que se pudiera establecer la dirección exacta del ataque. Tan pronto bramaban las Sten por un flanco como se producía un salvaje cuerpo a cuerpo por el contrario; pero al intentar replegarse los Green Devils y mantener las nuevas posiciones se encontraban con un ataque sorpresa por la espalda. La acción fue tremendamente rápida y efectiva, pues al cabo de diez minutos todo había terminado y los paracaidistas británicos recuperaban el armamento y municiones de los cuerpos de los alemanes, pues podrían necesitarlas más adelante. O´neille volvió a atusarse el bigote y disfrutó, tras la tensión del combate, de una buena pipa de Capstan en su cachimba de brezo.

En la loma situada algo más al norte, en la zona central de la batalla, donde se habían desplegado los granaderos que anteriormente protegían al blindado alemán, el ataque del último pelotón de Green Devils tuvo otro cariz. A pesar de los vigorosos asaltos de los diablos rojos, tras un bombardeo previo pero ineficaz de su artillería y de una nutrida sábana de disparos anteriores de todo tipo de armas de fuego británicas, los alemanes, aprovechando los disparos en desenfilada, pudieron mantener de forma ordenada sus posiciones, sufriendo leves bajas ambos bandos. Para evitar una posible carnicería, dada la ardua defensa alemana, los británicos optaron por replegarse a una distancia prudencial, a salvo de los disparos de los granaderos.

En aquel momento, los tripulantes del monstruoso carro alemán, salvo su conductor, se encontraban fuera del vehículo intentando verificar la intensidad de los daños producidos durante el combate con los blindados enemigos. El cargador estaba reemplazando la antena de radio que había sido astillada durante el combate y el resto inspeccionaba cuidadosamente el escudo del cañón y el equipo de respeto, de reparaciones y arrastre que se encontraba en el exterior.
Los dos Jabos británicos aparecieron de improviso por el noreste, sobrevolando el puesto de mando de Cluser y procedieron a realizar un giro cerrado, con el fin de atacar al Tigre desde atrás. El conductor del carro alemán al oír el motor de los aviones enemigos, y comprendiendo que la entrada en el interior del vehículo del resto de la tripulación haría perder un tiempo precioso, se atrevió a gritar a sus compañeros que se bajaran del tanque y se alejaran todo lo posible. Antes de hacerlo a toda prisa, el cargador y el jefe de carro pudieron cerrar de un golpe las escotillas, al mismo tiempo que saltaban del vehículo que se había puesto ya en marcha. “Marmota”, el conductor, tal y como le habían apodado sus compañeros por su facilidad para dormirse profundamente en cualquier rincón del carro, aceleró y giró el vehículo para recibir el previsible ataque en la parte delantera con mayor blindaje.
Los Tifones comenzaron el picado y estaban a punto de disparar sus salvas de cohetes cuando el blindado recibió una ayuda inesperada.
Un cabo de los granaderos que se encontraba en las proximidades del Tigre, viendo la situación apurada del mismo y comprendiendo la importancia del carro para la moral y operatividad del bando alemán, sin pensar las consecuencias, cogió el nuevo y experimental Panzerfaust 60 que llevaba colgado a la espalda, lo armó, y poniéndoselo al hombro, de forma totalmente antirreglamentaria, apuntó al cielo, a un punto que previsiblemente atravesarían ambos Tifones antes de acabar su picado. Y disparó.
El proyectil no llegó a alcanzar a alguno de los dos cazabombarderos, pasó rozando a medio metro de la panza de los mismos. Pero fue suficiente para que los pilotos de los aviones, desconcertados por el proyectil que se les venía encima, fallaran en el último momento al apuntar y disparar los cohetes, que impactaron a escasos metros del blindado.
No obstante, el valiente cabo Broich, de 20 años, falleció al día siguiente como consecuencia de las quemaduras producidas por el rebufo del panzerfaust. Se le concedió una importante condecoración a título póstumo. Al parecer, el mismo Hermann Goering, de incógnito, acudió al entierro y dio el pésame a la madre.



.../... (continuará)

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Mensajepor Dragan » 31/May/2007 16:02

Maaaaaaaaaaaaaaaaaasssssssssssssssssss

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Mensajepor Zhellas » 31/May/2007 16:25

Saludos,

Muy bueno el detalle de incorporar anécdotas históricas en la descripción. La verdad es que aun siendo extenso el post se lee del tirón. Nos quedaremos pues a la espera de la continuación.

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Mensajepor Feldwebel_Kheldar » 01/Jun/2007 14:59

Feldwebel_Kheldar escribió:MMMMMMÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁSSSSSSSSSSSSSSS
Re-adaptandola, mientras tanto disfrute de la siguietne cita:

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Mensajepor Basurillas » 12/Jun/2007 20:53

Parece que la musa va regresando de vacaciones: la Gesta sigue adelante.....



T – 4



El pequeño respiro en la batalla que se produjo tras el último ataque de los Tifones, terminó bruscamente cuando los granaderos alemanes de la loma central, después de haberse acercado con una hábil infiltración, se encontraron a distancia de disparo con sus armas de las baterías británicas situadas en lo que quedaba de la pradera central.
Los alemanes, curtidos en ataques similares contra la artillería rusa, concentraron el fuego en una pieza algo aislada del resto, a la que eliminaron sin problemas.
Al estar ya fuera de juego la mitad de las piezas con las que se inició el combate, el resto de artilleros miraron al oficial al mando que no supo transmitirles la suficiente sensación de seguridad, sobre todo porque la anterior salva soportada de los Nebel alemanes le había dejado completamente sordo. Eso y la posterior concentración de disparos de los alemanes en los servidores de una nueva pieza, hizo que todos los artilleros, tras destrozar los mecanismos de disparo de sus cañones para que no pudieran ser utilizados por el enemigo, abandonaran la batalla definitivamente.

Para intentar asaltar el puesto de mando británico, en la granja principal, durante fases posteriores, los alemanes se limitaron a acercar unas cuantas tropas y ametralladoras pesadas a la zona circundante. Al mismo tiempo, la tripulación del Tigre de Bengala volvió a utilizar su entrenamiento de especial maniobrabilidad para subir de una vez a la zona llana de la loma central, de donde había bajado casi al principio de la batalla, y desde donde se disfrutaba de una maravillosa vista de todo el reducto defensivo británico. El cabo tirador Mömsem ya estaba calculando distancias y los proyectiles más idóneos, la mayoría de carga explosiva, para eliminar uno a uno con meticulosidad teutona todos los objetivos que se le aparecían, como un banquete, en el visor de tiro. Las fauces del felino volvían a abrirse....

Cuando el mayor Cluser vio a la oscura bestia encima de la loma, pensó que debería defender la granja como se hizo con La Haye Sainte en la batalla de Waterloo: con uñas y dientes. Reorganizó sus líneas, ordenó crear una avanzadilla de asalto de sus paracaidistas con los Piat disponibles por si fueran necesarios y dio la orden de abrir fuego a sus cañones antitanques, pero el Tigre se encontraba fuera de la distancia de disparo, así que mandó cambiar el objetivo para intentar, al menos, eliminar o aturdir a los granaderos que, a menor distancia, habían eliminado a su artillería hacía escasos momentos. Pero todo fue inútil, la infantería teutona aguantó bien la granizada de proyectiles y mantuvo sus líneas.

Esta vez, de nuevo, el bando británico se las ingenió para mandar el apoyo aéreo correspondiente. Los dos Tifones aparecieron por encima de las copas de los árboles, justo por detrás de las líneas enemigas. Lógicamente, en cada vuelo los aviadores de la RAF iban mejorando las aproximaciones al enemigo, llegando al lugar exacto del ataque con mayor precisión, agilidad y dando a los alemanes menos tiempo para reaccionar. Además, en esta ocasión, se realizó el ataque ala con ala para intentar concentrar el daño producido por los cohetes estibados bajo las alas. Los dos pilotos apretaron casi en el mismo instante el mecanismo de disparo. La suerte del maldito felino estaba por fin echada..... Pero no paso nada. Ninguno de los 16 cohetes salió de su rail lanzador. Lo intentaron de nuevo con otra pasada, aunque ahora las balas de las MG alemanas disparaban a lo alto desde los hombros de granaderos de apoyo y silbaban alrededor de los dos cazabombarderos. Los pilotos apretaron con rabia varias veces los dispositivos de cebado de los cohetes con el mismo resultado anterior...Y así volvieron a Gran Bretaña, toda esa serie con algún defecto en su mecanismo de ignición. Los 16 fenomenales cohetes RP-3, de 60 libras de peso cada uno, habían fallado por algún problema de fabricación o de mantenimiento. Esas cosas también pasan en las guerras, y ni siquiera el ardor y la moral a toda prueba de Churchill podía evitarlas....


.../...(Continuará)


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Mensajepor Zhellas » 14/Jun/2007 13:14

Saludos,

Pero hombre, no nos dejes así... Que parecemos yonkis con el mono :lol:
Muchas felicidades por el trabajo.

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Mensajepor carlos » 14/Jun/2007 21:18

Hola: Supongo que al final posterás el artículo entero para que lo podamos bajar e imprimir.
¡Aupa!

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Mensajepor Feldwebel_Kheldar » 15/Jun/2007 13:16

Feldwebel_Kheldar escribió:
Feldwebel_Kheldar escribió:MMMMMMÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁSSSSSSSSSSSSSSS
Re-adaptandola, mientras tanto disfrute de la siguietne cita:

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Mensajepor Basurillas » 16/Jun/2007 13:46

Aquí os dejo la penúltima entrega del Relato/informe de batalla. Muchas, muchísimas gracias por los elogios y mensajes de ánimo. Y sin más.....



T-5



Llegados a este punto, considero necesario presentarme para continuar adecuadamente el relato de los hechos que presencié hace ahora 63 años cuando contaba apenas 13 descaradas primaveras. Mi nombre es Adriaan Soutendijk y era el hijo pequeño de los arrendatarios que ocupaban las granjas y fincas donde se desarrolló la batalla de O. K
Goeree Zoetermeer, al que conocéis del principio de la historia, era una especie de empleado y hombre de confianza de la familia, que tenía a su cargo al resto de los trabajadores. Bueno era eso además de un “latente” de la Resistencia Holandesa, a cuya célula de la localidad mantenía informada de los idas y venidas de las tropas alemanas. Y además era amigo mío. De vez en cuando le hacía “recados” como acercarme a las playas, tras un inocente paseo en bicicleta, para verificar la posible construcción de nuevas fortificaciones, la llegada o reemplazo de nuevos batallones germanos, o el aviso ante cualquier cambio de la rutina de los controles o en los documentos exigidos a la población.
Dije antes que consideraba necesaria mi presentación, ya que a partir de este momento debo hacer mención de algunos hechos que alterarán la secuencia del relato, toda vez que la batalla me afectó muy directamente, por lo que la parte restante ha quedado muy deformada o limitada en mi memoria, con recuerdos inexistentes o difusos.

A pesar de las ordenes de mi padre, por la curiosidad y la falta de conciencia de peligro propia de la edad, me encontraba en la buhardilla de la última planta de la granja principal. Era un lugar privilegiado para observar en toda su extensión el desarrollo de la contienda y las vicisitudes por las que atravesaban ambos bandos, según les he contado hasta ahora.
Lo último que vi antes de la explosión fue los movimientos de los granaderos alemanes. Una parte de ellos volvieron a acercarse al moderno avión a reacción, introduciéndose en su gran mayoría en el bosque más cercano a los restos del verde pájaro siniestrado.
Los granaderos que se encontraban preparados para asaltar nuestra granja, misteriosamente fueron a ocultarse en el bosquecillo central, que tantas vidas de paracaidistas de ambos bandos había costado, dado que los británicos habían salido del mismo para proteger la zona central de la pradera al este, que había quedado desguarnecida tras la precipitada retirada de la artillería pesada de apoyo de los Red Devils. Supongo que los soldados alemanes querían evitar ser blanco del resto de la artillería inglesa situada en nuestra granja, confundiéndose o enmascarándose entre los árboles y arbustos.
A través del hueco de la escalera escuché al Mayor Cluser, cuyo puesto de mando se encontraba en nuestro salón, proferir imprecaciones y gritos por la radio de campaña, ante el anuncio desde el Mando Aéreo Británico de la imposibilidad de prestar apoyo de cazabombarderos en esta fase. Al parecer el alto mando se había negado a arriesgar inútilmente las preciosas vidas de sus pilotos hasta que se determinaran, mediante las investigaciones y comprobaciones en curso, los motivos del fallo de los cohetes RP-3 de los Tifones. Por lo visto se estaban analizando y chequeando muestras de todo el stock de cohetes en los almacenes, en las fábricas y subcontratistas que los elaboraban o empaquetaban.
Y entonces la granja tembló como si el suelo hubiera abierto la boca y quisiera tragársela. Me asomé al tragaluz de la buhardilla y comprobé asustado como el enorme blindado enemigo nos disparaba a placer desde lo alto de la loma. Los primeros disparos redujeron a escombros los cercados, muros y setos. Cluser había estado inspirado al ordenar a sus tropas poco antes que retiraran de la primera línea las municiones y las restantes piezas de artillería antitanque, que no podían alcanzar al Tigre, por lo que consideró adecuado reservarlas para mejor ocasión. Y eso las salvó de los proyectiles explosivos que no dejaron piedra sobre piedra en el contorno de la granja.
La siguiente imagen que recuerdo fue la del cañón del blindado alemán elevándose y poniéndose en línea con el tejado de la casa. Al segundo siguiente una pavorosa llamarada anaranjada, aún sin ruido alguno, destrozó la mitad de la techumbre del lugar donde me encontraba. Casi de forma refleja agarré de la estantería, como un pulpo, la cámara de fotos Super Ikonta 2 que Goeree me había dejado, como otras veces, para captar distraídamente instalaciones alemanas de la playa, al mismo tiempo que fotografiaba bandadas de gaviotas, y empecé a bajar las escaleras.... Mi último recuerdo de aquellos momentos fue una bola de luz amarillenta, un montón de cascotes y vigas de madera sobre mi cabeza y unos brazos que me arrastraron por lo que quedaba de los escalones hacia el salón de mi casa. Y después llegó la oscuridad......





.... / .... (continuará el relato en una última y posterior entrega)

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Mensajepor Feldwebel_Kheldar » 16/Jun/2007 14:44

Como ya hay demasiados elogios, mas no se que más decierte te cito sin más:
Feldwebel_Kheldar escribió:
Feldwebel_Kheldar escribió:
Feldwebel_Kheldar escribió:MMMMMMÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁSSSSSSSSSSSSSSS
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Mensajepor Feldwebel_Kheldar » 22/Jun/2007 13:56

No es por molestar o incordiar o caga prisas... pero... puedes terminar la historia por favor??? es decir... si no estas muy ocupado...
Re-adaptandola, mientras tanto disfrute de la siguietne cita:

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